La excursión a una cueva con mensaje oculto

El pasado fin de semana hicimos una excursión familiar como hacía tiempo que no hacíamos.

Juan Marín Pozo (sí, el de la entrevista sobre finanzas personales, autor de Finanzas par un Tonto) me habló de una cueva en Llorà, cerca de Girona, donde se llegaba tras una pequeña excursión y me propuso ir con nuestras respectivas familias. Incluso los niños lo podrían hacer sin dificultad. Yo me imaginé algo llanito, tipo carril bici.

No sé cómo me dejé engañar. No estoy nada en forma. Hace años que no hago una excursión de verdad. Una vez allí pensé que no podría hacerlo.

Subimos montaña arriba entre rocas, árboles y arbustos, por un lugar donde no había camino, sólo marcas de pintura en las rocas para confirmar que íbamos en la dirección correcta. Estaba lleno de mosquitos que me acribillaron los tobillos y acabé llena de arañazos y moratones en brazos y piernas.

Una vez arriba, nos comimos un bocadillo y entramos en la cueva. Me dijeron que no era obligatorio entrar. Pero, oye, ya que estaba, ¡no iba a perderme la cueva!

No era una cueva al estilo cavernícola, a pie de suelo. Había que bajar y trepar entre rocas para avanzar. Incluso encontramos algunos pequeños murciélagos. Fue curioso y divertido.

Y después de la experiencia y de dormir horas y horas, me paré a reflexionar.

La verdad es que no fue tan difícil como me temía en algunos momentos. No me cansé tanto y al día siguiente no tuve agujetas. Incluso mi hijo de 3 años y medio superó la prueba con un poco de ayuda y se lo pasó en grande. Eso sí, luego estábamos todos rendidos.

Conclusión: una vez más comprobé que es más grande el miedo a lo desconocido que la dificultad real.

Si Juan me hubiera dicho de buen principio cómo era el recorrido, le habría dicho que ni loca me ponía a hacer la excursioncita. Y menos con los niños.

Pero una vez allí se trataba sólo de seguir. Para eso habíamos venido, ¿no?

Si tienes el objetivo en mente sólo ocúpate del siguiente paso que tienes que dar.

Mira hacia adelante, avanza y procura no hacerte daño. Eso es todo lo que importa ahora.

Al cabo de un tiempo, casi sin darte cuenta, cuando mires atrás verás lo lejos que has llegado y que en realidad no era tan difícil.

Y la satisfacción de haberlo hecho por tu propio pie, no tiene precio.

Si quieres, puedes conseguir todo lo que te propongas.

Si hace 8 años, cuando dejé la empresa de alimentación, con la moral por los suelos, alguien me hubiera dicho que tenía que montar un negocio yo sola y trabajar a través de internet, me habría echado a correr en dirección contraria.

Ni hablar. ¿Yo? ¿Por qué debería hacer eso? ¿Y cómo lo iba a hacer?… 

Y aquí estoy. 🙂

¡Gracias Juan! (Pero que no se repita… Lo de engañarme, digo).